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La confrontación crítica y sus consecuencias
La confrontación crítica y sus consecuencias en el constelograma personal. Por definición un portador de verdad es un maldito al que se le crucifica. Viene a incordiar para quienes tienen sus chiringuitos montados aprovechándose de las miserias ajenas. Puesto que los carpinteros en construir cruces no están en las páginas amarillas las formas sacrificiales son más sutiles. Al maldito se le deja de lado, se le hace el vacío, no se le contesta, se le ignora. Todo eso son maneras de castigo. La experiencia de la sinceridad castigada lleva al sujeto represaliado por ser sincero a repensarse sus posteriores formas de intervención. La verdad es que termina participando de la comedia social y de la superficialidad. Si andamos escasos de héroes es porque raramente hay alguien que dice lo que piensa y lo dice por sistema y como principio rector de su vida.. Con suerte de vez en cuando alguien (como Gaspar Llamazares) sigue presentado la batalla contra los poderes de la inutilidad y cuestiona en la grada del parlamento al titular de la presidencia gubernamental que eso de seguir enviando tropas a Afganistán indica una falta de lógica interpretativa del significado del terrorismo y que supone doblegarse a la estrategia de los estadounidenses. Sí, esas confrontaciones criticas en las arenas políticas y en los macro discursos sigue existiendo. Los enemigos están perfectamente posicionados y todos saben de sobras que no van a convencer, bastante hacen los críticos en hacer valer sus voces para que la sociedad tenga en cuenta argumentos que no dicen los malos de la historia, pero la confrontación crítica es algo determinado en toda clase de circunstancias y no solo las políticas con resonancias mediáticas. En todas partes y ámbitos hay motivos para la confrontación. Razones para cuestionar situaciones y conductas. Por suerte, cada día hay menos gente que se calla y más que razona sus protestas. Esa extensión creciente de la crítica con un proceso paralelo de concienciación han ido cambiando la faz de muchos lugares. Estamos consiguiendo poder salir a la calle o tramitar gestiones institucionales y al menos no sufrir por las colas y los caos. También estamos consiguiendo que la ignorancia se repudie y las opiniones no se traguen sin más por el hecho del rol de poder de quien las dice. Estamos en un momento que desde las instancias de poder incluso se viene dando un cierto reconocimiento (por tanto una cierta autocrítica) que las cosas para que cambien necesiten reformas estructurales. Hasta Montilla, titular de la presidencia de la Generalitat, lo dice. Falta el atrevimiento a especificar esas reformas estructurales. De la demanda histórica de cambiar la estructura de un sistema económico-político que está echando a perder el planeta y no solo ha enviado a la miseria a miles de millones de personas, representantes de los poderes (votados y no votados) se hacen eco de ellas como si fueran los primeros en anunciarlas. De todos modos ¡bravo! mejor esto que no decir ni mu. Nos da igual que los personajes que reciben los honores y pasen a la renovación del santoral antes de que termine el siglo sean de un signo u otro, con tal de que lleven a termino propuestas consecuentes para resolver el drama de vivir en esta sociedad y con humanos tan ambiciosos y sin escrúpulos que son la vergüenza de todas las culturas. Esos humanos están en listas, son tipos conocidos. Han hecho y siguen haciendo sus fortunas a costa de la especulación. Juegan las reglas del juego del capital que tan bien conocen y lo triste es que se mantienen incluso dentro de la legalidad autorizada. Desde hace ya tiempo el concepto del libre mercado vive en colisión con la de la intervención del estado en la regulación de este mercado. El sistema capitalista se distingue por ese doble discurso. Por un lado hace de paraíso para el enriquecimiento, de otro permite que ese enriquecimiento de unos signifique el desastre para otros. Mientras los estados van entendiendo que el lucro con efectos colaterales de miseria es un acto criminal, desde la ciudadanía que nos valemos y nos manejamos con los pequeños números lo que nos importa es saber la verdad de las cosas y poder vivir en paz los uso con los otros. Esto no es tan fácil, nacemos, crecemos y morimos en sociedades predispuestas al conflicto en las que hay una invitación continua a ser conformistas y no preocuparnos por nada, delegando psicológica y políticamente a los supuestos expertos en bienestar común a que hagan el trabajo por todos. Tan pronto alguien se permite opinar recibe distintas definiciones que lo estigmatizan porque opta por buscarle las pulgas a todo o por la rebelión, aunque sea desde la cortesía y la elegancia, la única por otra parte que se puede hacer. Ya no hay agendas con citas para la insurgencia pero sí criterios mentalizados para no dejar pasarse a quien actúa de maneras fraudulentas y engañosas. La dignidad es incompatible con las escenas equivocadas, muchos más con la intencionalmente erróneas. Si admitimos que hay individuos que extienden la fatalidad social justificando la suya propia (gorrillas sevillanos que sabotean los coches de los conductores que no les pagan su impuesto, trileros que justifican no tener trabajo con timar –perdón, robar- a incautos, vecinos que arrancan las notas de interés público para la comunidad, restaurants que dan bazofias por menús no baratos, calles desarregladas por décadas a causa de ayuntamientos que no saben gestionar el presupuesto, conocidos que no están a la altura de lo mínimamente esperable en el trato, colegas o socios que no cumplen con los compromisos adoptados, amigos -.incluso- que caen en trampas ideológicas,…). En cuanto se pasa –o se complementa- la confrontación por los grades temas de país y de mundo (ecológicos, industriales y bélicos) a la confrontación los no tan pequeños temas de la vida cotidiana con quienes nos encontramos, coincidimos en las calles o en los aparcamientos, en el vecindario y en la localidad, sucede que incluso los más radicales sufren una curiosa inhibición. El problema de enfrentarse a un vecino a diferencia de un desconocido es que con aquel se va a coincidir otras muchas veces y se va a tener que soportar su despecho. Si a una persona consciente ya le resulta difícil soportar una crítica a una ignorante no solo no la soporta, además no la entenderá y de alguna manera se vengará. La retirada de saludo ya es una forma de venganza. Dejar de decirle a alguien algo aun siendo molesto o negativo para la coexistencia es una versión no tan light de la cobardía. Estamos lejos de la tesis tan popularizada de si alguien la hace la paga. Frase que recuerda de tanto en tanto un paseante diario que ramblea y esta mas al corriente de quienes son los mal factores que se aprovechan de los demás que la propia policía urbana. La sociedad se ha acostumbrado a la filo delincuencia sistemática, nutrida por multitudes que no han aprendido lo que es el honor ni querrán aprenderlo nunca (afirmación rabiosa pero repensada minuciosamente y confirmada en multitud de coyunturas). Del crimen a distintos grados se viene haciendo espectáculo al que contribuye una impresionante cantidad de personal cada cual con su cuota de escabrosidad: desde carteristas que justifican sus actos porque (pobrecitos) la vida los ha empujado a delinquir a asesinos que meten sus víctimas en el congelador o madres que siguen deshaciéndose de sus bebés. Por suerte, salvo algún mangante del periódico o revista al que estas suscrito o alguien que recibe un envío postal a tu nombre y se lo queda sin decírtelo, entrevecinos la chusma puede intentar ser neutralizada. Eso pasa por la objeción crítica. El crítico es el primero que sufre las derivaciones en forma de peajes indirectos de la crítica lanzada. El peor problema del crítico es que tenga razón, que presente un hecho nefasto y enfrente su actor a asumirlo. Descubierto ante los demás, pero también ante sí mismo (el mentecato creía que podía ir de esa guisa porque los demás éramos tontos aceptándolo) no te va a perdonar nunca que sepas quien –lo qué- es. Si el personaje objetado forma parte del circulo más vinculado a tu persona experimentarás a corto plazo que te irá dejando de lado. Participar de la vigilancia crítica lleva a la soledad. No le des más vueltas. Si quieres estar rodeado de mucha gente, tener amigos de sobras, tienes que callarte. O dicho de otra manera, quien luce de tener muchos amigos es porque sabe callar sus verdaderas opiniones, es decir, no es sincero. La vida social te pone siempre y con distintas versiones renovadas ante la misma tesitura. ¿qué eliges? ¿luchar para qué las cosas sean mejores o callar para seguir el simulacro de una vida sin problemas convirtiéndote en cómplice de todos los males de los que seas testigo? Lo curioso de las confrontaciones es que el que es puesto en evidencia se escapa del tema aludiendo a otras cuestiones laterales o lejanas. Se disgustará por la forma de ser increpado, por el tono, incluso se sentirá molestado por decirle que no escupa en tu suelo, que se lave porque apesta o conduzca correctamente para que no te mate. Si le dices que no vaya de soldadito a ninguna guerra a Asia te pegara un discurso patriótico y si le echas el alto a alguien que está tratando de robar a otro te hará un par de agujeros en el suéter. La cosa está cruda. Por suerte la confrontación no tiene porque ir más allá de las palabras, pero la hipótesis de que llegue a las manos disuade a muchos que se meten bajo el edredón. Ante sus consecuencias que pasan por sufrir una modificación en el constelograma personal perdiendo gente que se la reubica en el único lugar donde puede estar: en el desencuentro, me pregunto si no es hora de que los planes educacionales y la pedagogía escolar no trabaje en simulacros reales de lo que es la vida social para preparar a los futuros adultos a vivir conciliados los unos con los otros pero sin rehuir de sus verdades y, especialmente, de sus responsabilidades. La tan cacareada educación en valores es esto. No sirven de mucho los certificados escolares (como tampoco lo universitarios) sin que una institución docente pueda garantizar eso de sus estudiantes. Hay muchas causas nobles por las que seguirnos peleando con quienes sabotean la coexistencia social en demasiados de sus pasos (la paz, la concordia, el respeto al medio…). Institucionalmente se ha articulado un eslogan que apoyo: la revolución de los pequeños gestos. Basta que cada día cada persona haga una sola intervención con un pequeño gesto para contrarrestar las conductas nefastas para que un mundo mejor sea posible antes de terminar el próximo año. |